El 85% de los empleos que tendrán éxito en 2030 aún no existen. Pasar a un nuevo esquema de competencias y perfiles generalistas no tiene por qué ser una mala noticia. Pero debe venir acompañado de cambios estructurales profundos y difíciles que puedan aportar un sentido social completo.
En generaciones anteriores era (aún) viable soñar con un trabajo. Se podía uno ilusionar con una visión de futuro más o menos dibujable dentro del amplio abanico de carreras y profesiones siempre constante. La realidad a día de hoy es diametralmente opuesta: según un estudio reciente del Institute for the Future (IFTF) de Palo Alto, el 85% de los empleos que tendrán éxito en 2030 aún no existen.
La crisis del 2020 del Coronavirus es un magnífico ejemplo. ¿Quién se iba a imaginar siquiera en noviembre de 2019 que iba a existir un empleo de “rastreador de pandemias”? ¿El consultor de espacios para mantener la distancia social? ¿Quién pensó que podría existir un experto en diseñar mascarillas homologadas masivas? ¿El peluquero online que iba a explicar cómo cortarte el pelo en un confinamiento? Estamos ante un tsunami de sectores de negocios que se generan y desaparecen, que suben y que bajan. Y esto por supuesto va generando una influencia y un impacto directo en los nuevos perfiles y profesiones.
Pero incluso al margen de la pandemia, la dificultad de definir un puesto de trabajo y de conseguirlo es una tarea de proporciones titánicas. Una consultora de selección de personal española, reveló hace poco que un 90% de las empresas tienen problemas en encontrar profesionales que se adecúen a lo que buscan. Los departamentos de recursos humanos se están dando cuenta, desde hace tiempo, de que el viejo concepto de puestos de trabajo está obsoleto. Lo realmente valioso en el capital humano comienzan a ser las competencias. Solo así se puede garantizar que el talento contratado pueda mutar de responsabilidades en función de las circunstancias.
No resulta exagerado pensar que estamos pasando de la tiranía de las profesiones a la tiranía de las competencias. Hay ciertas capacidades que las personas pueden aplicar en muchos sectores laborales. De hecho, la habilidad que lidera el ranking de LinkedIn este año puede ser desempeñada perfectamente por abogados, banqueros y cualquier profesional que utilice información digital. Se está estrechando mucho más la brecha que siempre existió entre los distintos puestos de trabajo, las profesiones y las carreras.
Es cierto que algunas profesiones se ven menos afectadas que otras. Aun así, muchos médicos especialistas en dermatología, no se hubiesen visto atendiendo a un paciente con coronavirus en urgencias si les hubieses preguntado un año atrás. En la misma medida, para quien estudió una carrera de tecnología y se graduó hace 10 años, difícilmente se hubiese visto hoy trabajando en cloud, machine learning o big data.
La tiranía de las competencias y que no seamos capaces de predecir los trabajos de aquí a 10 años conlleva implicaciones que merece la pena analizar con detenimiento:
Primero, está el impacto macroeconómico y sociopolítico. Los gobiernos tienen que comenzar a pensar cómo van a gestionar la incertidumbre de no poder hacer previsiones de desempleo en el largo plazo. Peor aún: hay generaciones que están actualmente dentro de la fuerza laboral que han dedicado su vida a preparase para un puesto de trabajo, y pese ha que han desarrollado competencias en sus años de experiencia, puede que ya no resulten suficientes para sus compañías. Y son perfiles que puede que ya no tengan el tiempo ni la energía para re-inventarse. ¿Qué hacer para aliviar los futuros problemas de rechazo laboral con este porcentaje importante de la sociedad?
Segundo, el sector educativo. Muchas compañías no encuentran los perfiles adecuados porque hay un abismo entre lo que se aprende en las universidades y lo que se hace realmente el trabajo. Esto es algo que han entendido bien compañías como Google con su “Google Career Certificates” con el que prometen en 6 meses un título equivalente a 4 años de universidad; o compañías dedicadas al micro-learning como Coursera o edX que ponen en un evidente jaque al mundo tradicional de la educación. El riesgo para los países es convertir a los ciudadanos en meros ejecutores circunstanciales de las compañías y no en profesionales académicos capaz de hacer disrupción libre y voluntaria. Será necesario pensar en cómo buscar un balance.
Finalmente, la incertidumbre constante para los trabajadores y para las compañías pudiera significar un atraso en términos del estado de bienestar. El vivir con expectativas temporales reducidas y siempre bajo el paraguas de un futuro incierto, no es un marco de convivencia que todo el mundo esté dispuesto a asimilar. La pobreza del tiempo o —Time Poverty— es también un factor a considerar. La vida no puede ser estar constantemente trabajando y reinventándose para luego dedicar el poco tiempo libre que queda a estudiar nuevas competencias. Una y otra vez. Esto no solo pudiera ir detrimento del estado de bienestar, sino que, además, según algunos estudios, pudiese generar potenciales problemas de salud mental.
Pasar a un nuevo esquema de competencias y perfiles generalistas no tiene por qué ser una mala noticia. Pero debe venir acompañado de cambios estructurales profundos y difíciles que puedan aportar un sentido social completo.
¿Interesado en profundizar?
Te invito a ver un debate muy interesante sobre el futuro de la nueva empleabilidad al que estuve invitado por El Club The Place (The Valley) el pasado mes de septiembre y en el que participé junto con Borja Castelar y Antonio Pamos: