En todo equipo con el que se tiene la oportunidad de trabajar siempre se dejan huellas. Algunas de ellas son buenas y otras no lo son tanto. Las hay a corto plazo y a largo plazo. Pero siempre se deja alguna. (…)
Pueden ser notorias, como por ejemplo la introducción de alguna técnica o estrategia. El simple hecho de llegar a un grupo o abandonarlo, produce una dinámica que genera una huella per se. Pero también pueden ser invisibles: alguna conversación que cambió para siempre la mentalidad del grupo o algún gesto que despertó cierta energía en la empresa.
Las organizaciones crecen en buena medida gracias a las conversaciones y a las preguntas que suceden entre las personas. Es aquí donde, probablemente, permanecen escondidas las huellas invisibles. Piensa en la última vez que tuviste alguna conversación con un compañero de trabajo. Piensa en las múltiples interrogantes planteadas: ¿Contribuyeron a hacer alguna mejora? ¿Ayudó esto al crecimiento de la empresa? ¿Generó un cambio negativo? ¿Despertó conciencias? Quizá debas pensar en retrospectiva, en un conjunto de conversaciones y no en una sola. Quizá debas buscar un poco atrás en el tiempo.
Pese a que puede resultar un ejercicio complejo, las huellas invisibles se pueden encontrar; pero… ¿Cómo podemos medir su impacto? ¿Cómo podemos valorar nuestro impacto en un grupo? Desafortunadamente no existen respuestas. Necesitaríamos comparar entre dos equipos idénticos haciendo dos productos idénticos. Lo cual reduce seriamente las posibilidades.
De alguna manera, la opinión de nuestros clientes o de nuestros compañeros de trabajo puede aproximarnos a una idea de nuestro impacto en el equipo. Puede decirnos las huellas que hemos dejado. Pero estas personas no siempre están en la posición de emitir un juicio de valor justo y fuera de cualquier sesgo.
Quizá una forma de intentarlo es haciendo una analogía con las ciudades. Cuando vemos alguna foto vieja de una ciudad cualquiera y la comparamos con otra foto más reciente de la misma ciudad, a pesar de que sigue resultando imposible hacer una comparación (distinto contexto, año, población, etc), aún así se puede observar que la ciudad ha crecido. O, caso contrario, se puede observar que ha retrocedido.
Usando esto como ejemplo, imagina que tenemos la capacidad de tomar una fotografía mental de la organización antes de nuestra llegada y de tomar nuevamente una fotografía mental en la actualidad. No vamos a obtener nuestro impacto a ciencia cierta, pero si podemos saber si la organización ha crecido o retrocedido.
Tómate unos minutos y piénsalo.
Una vez realizado este ejercicio, entonces, estaríamos en condiciones de preguntarnos cuáles fueron las huellas invisibles que originaron esos cambios. Cuales fueron aquellas pequeñas acciones, aquellas breves conversaciones que nunca debimos tener o que debimos tener más a menudo. Solo así, quizás, estaríamos en condiciones de explorar los cimientos del motor que hace crecer a las organizaciones.
¿Cuáles han sido tus huellas invisibles en tu organización actual? ¿Cómo crees que pudieras medirlas?
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