Era una mañana fría del mes de abril en Madrid. Como un corcho que no deja escapar las propiedades del vino tras abrirlo, el clima cálido seguía encerrado y no quería salir. En la pequeña oficina del Change Agent figuraba un cartel que decía…
Esta es la historia de cuatro personas: Todo el Mundo, Alguien, Nadie y Cualquiera.
Había que hacer un trabajo muy importante y Todo el Mundo estaba seguro de que Alguien lo haría. Alguien se molestó al respecto porque era trabajo de Todo El Mundo. Cualquiera lo pudo haber hecho, pero al final Nadie lo hizo.
Al final de esta historia, Todo el Mundo culpó a Alguien porque Nadie hizo lo que Cualquiera pudo haber hecho.
Junto a la mesa de trabajo yacían dos bolígrafos: uno para firmar contratos y el otro para escribir historias y lecciones aprendidas. El Change Agent tomó el segundo bolígrafo, dibujó una silueta en el aire que parecía describir un edificio. “¿Cómo expresar con palabras el trabajo de estos últimos años?”. Pensó. A continuación apuntó con prisas en el papel: “No vamos a cambiar nada mientras sigamos trabajando en esos edificios, es como si los hubiésemos pedido prestados”.
Dos meses antes, el cliente en donde el Change Agent y su equipo se encontraban ejecutando un gran proyecto sin precedentes de Transformación Cultural, les había notificado de manera categórica que no continuaban. Que paraban la transformación. Habían entregado junto con las categóricas palabras una pequeña nota de informe. El Change Agent solo podía recordar una parte lapidaria: “El cambio es imposible, es una utopía para esta empresa. Primero el cambio no cambia nada. Segundo, los resultados son los contrarios a los deseados. Tercero, los costes son inaceptables”. Todavía recordaba las miradas de los directores. Esa presión en la nuca. La conversación incómoda con el representante del cliente que, pensaba, le dijo algo así como tantas chicas en su vida le habían dicho alguna vez: “No eres tu, soy yo”.
Pero su mano insistía. Volvió a escribir: “¿Cómo quieren hacer un cambio cultural sin hacer cambios culturales?. No tiene sentido”. El corcho que salvaguardaba las propiedades del vino se destapó de pronto cambiando el clima de Madrid. Pero no era calor. No. Era agua que llovía desde el cielo y que adornaba la escena volviéndola aún más tétrica. El Change Agent pensó que todo cuanto sucedía en ese momento, especialmente la lluvia, ocurría solo con la finalidad de inquietarlo.
Se paseó por la pequeña oficina de un lado para el otro, perturbado. ¿Cómo escribir lecciones aprendidas de este fallido proyecto? Y, además, ¿Por qué fallido? Habían hecho cuanto habían podido. La lluvia comenzó a golpear duro por la ventana. El Change Agent volvió la vista, seguía buscando ideas. Regresó a la mesa e Inmediatamente apuntó: “Ellos no querían cambiar, hicimos cuanto pudimos y sin embargo, ellos no querían cambiar”
Miró con vergüenza sus toscos apuntes. Hacía falta adornarlos, hacía falta un toque. Busco entre sus estantes de libros a su filósofo favorito. Quizá encontraría alguna frase para adornar sus incoherentes ideas. Recorrió con la mirada uno a uno sus libros sobre metodologías Ágiles, Management 3.0, Safe, Less, Scrum. “ Todas esas técnicas” pensó. “Apliqué todas esas técnicas y nada funcionó” , insistió de forma severa en sus reflexiones. Un desánimo recorrió su cuerpo. Desechó la idea de leer a su filósofo favorito, este fracaso no se podía adornar. No admitía enmiendas.
Caminó hasta la máquina Nespresso color verde manzana. Tomó su cápsula favorita de marca blanca y la introdujo en la cafetera. Disfrutó del café mientras seguía mirando por la ventana. Continuaba lloviendo. Las gotas se suponía que debían caer en vertical, sin embargo iban en todas las direcciones. “Las cosas son a veces más complejas de lo que parecen” observó.
Y entonces vino la inspiración: la absurda teoría del mundo justo [1].
La revisó en la Wikipedia: se trata de creer que los actos buenos tienen consecuencias positivas, mientras que los malos tienen consecuencias negativas. Ergo, las cosas buenas le suceden a las buenas personas y las malas a las malvadas. Las razones de este comportamiento se basan en el principio de no aceptar que nuestra vida está plagada de situaciones en las que no existe el control. Con algo tan sencillo se puede llegar a explicar casos más profundos, como los individuos que aceptan normas sociales que pueden producir miseria y sufrimiento o a nivel macro, los regímenes crueles que tienen apoyo social.
Ahora, de pronto, todo tenía sentido. Con decisión tomó el segundo bolígrafo de la mesa, el que estaba destinado a escribir lecciones aprendidas. Lo empuño y escribió: “Hemos caído en la trampa de la absurda teoría del mundo justo. Nos hemos empeñado en querer cambiar una organización que no quería ser cambiada. No importaron cada uno de nuestros buenos intentos, no tuvieron las consecuencias positivas que quisimos”. Y añadió triunfal, orgulloso ahora de su texto: “No se puede cambiar la cultura, lo único que podemos hacer es enfocarnos en el negocio. El resto vendrá solo. Sobre todo como iniciativa propia. No tiene sentido hacer programas de transformación con empresas que no están dispuestas a cambiar”. [2]
Puso punto final a sus ideas. Sin embargo, no supo por qué, pero quedó con un sinsabor. Por alguna razón sabía que algo le faltaba a su texto. Pero había que cerrar página y continuar. Muchas empresas lo esperaban para ayudarlas a cambiar. ¿O no? Después de esta experiencia…
Es una mañana fría del mes de abril en Madrid. Como un corcho que no deja escapar las propiedades del vino tras abrirlo, el clima cálido seguía encerrado y no quería salir. Son diez años después.
El diario matutino anunciaba en primera plana la banca rota de la empresa que diez años atrás el Change Agent intentara cambiar: “No pudieron hacer nada por salvar la empresa que se encontró en desventaja con la competencia tras el fenómeno de la economía creativa. Pese a todos los intentos de cambio cultural que hicieron en los últimos diez años, no lo consiguieron”.
Y entonces el Change Agent, diez años después, entendió lo que le faltaba a su texto. En el cuerpo de la noticia, anclado a la derecha, aparecía lo siguiente: “La alta dirección y la empresa en general culpó a Alguien porque Nadie hizo lo que Cualquiera pudo haber hecho.”
Notas
[1] La teoría del mundo justo de Melvin Lerner
[2] Artículo en HBR: Culture Is Not the Culprit
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