El mundo que encontraremos después de la pandemia será menos global, más digital y menos igualitario. En todos los ámbitos. El liderazgo liberal tiene una gran oportunidad de hacer frente a todos estos retos.
El 2020 tomó a todos por sorpresa con una pandemia que puso a prueba muchos estilos de liderazgo en el mundo. Y muchos estilos de seguidorazgo. Los países y gobiernos ensayaron varias formas de hacer frente a una situación global y compleja que requería de un difícil tradeoff entre economía y salud. Doblegar la curva sigue siendo incompatible con el progreso económico. Antes del verano europeo, muchos líderes se precipitaron y redujeron considerablemente las restricciones con la esperanza de recuperar a las economías fuertemente golpeadas. Al parecer, han aprendido la lección para estas navidades. El cuadro geopolítico se ha movido y los equilibrios de poder también: estamos en mundo menos democrático y más autoritario que antes. El triunfo de Joe Biden en EEUU, sin embargo, deja razones para la esperanza.
Todo el entorno económico cambió y con él las compañías. Muchas han tenido que adaptarse aceleradamente y pivotar sus modelos de negocio. Otras se han quedado por el camino o en “coma inducido” rescatadas por sus gobiernos. Muchas compañías, además, se han quitado las caretas frente a sus empledos y han mostrado su peor cara. A nivel operativo, aquellas que tuvieron suerte, han tenido que lidiar, de un día para otro, con la idea del teletrabajo, que ha llegado para quedarse. Al menos todo apunta a que lo hará en un modelo híbrido. Y los empleados, aquellos que han podido conservar sus puestos de trabajo, han incluido prioritariamente en su agenda de formación a las competencias digitales como condición clave para la empleabilidad. Se dibuja un escenario apasionante de transformación para el 2021.
Un año de amenazas. Y un año de oportunidades. Según se vea y se padezca.
Afortunadamente la ciencia ha respondido y tenemos la esperanza de estar todos vacunados muy pronto y de posiblemente retomar la antigua normalidad. Sin embargo, esta antigua normalidad tendrá más de normalidad que de antigua: el mundo que encontraremos después de la pandemia será menos global, más digital y menos igualitario. En todos los ámbitos.
Aunado a todo esto, no podemos olvidar nuestro último reto como especie humana: evitar la extinción. En ese sentido, el cambio climático, la inestabilidad geopolítica y la desigualdad social en todos los respectos, son los siguiente problemas que harán parecer que la pandemia de 2020 fue solo un primer llamado de atención.
Encarar todos estos retos es una tarea titánica por parte de los gobiernos, las compañías y, sobre todo, los ciudadanos. Hay buenas señales para estar esperanzados. Pero también hay señales para preocuparse. Es aquí donde el liderazgo entra en juego. El liderazgo que todos como ciudadanos del mundo tenemos la obligación de personificar. Porque el liderazgo es muy importante como para dejarlo solo en mano de los líderes. Y en ese sentido, la humanidad tendrá que elegir nuevamente, como ya lo ha hecho en otras ocasiones, entre al menos dos estilos:
- el estilo fundamentalista, fanático y dogmático. Que todo lo sabe y todo lo ve. El estilo que se cree dueño de la verdad absoluta. El estilo que borra con los codos lo que otros han escrito con las manos. El que no permite debates y usa el autoritarismo para avanzar. El que polariza y construye desde la división.
- el estilo liberal y democrático, que reconoce que liderar es una coyuntura cambiante que no tiene —y nunca tendrá— respuestas unívocas. El que busca construir desde la conciliación y la unidad. El estilo que busca consensos y tradeoffs que reconocen varias realidades, varios actores y la potencia de la diversidad. Y el estilo que cree, confía y se apalanca en la ciencia.
Dos estilos de liderazgo. Dos rumbos. Dos mundos posibles. Otrora, nos hemos equivocado y hemos aprendido. Hemos comenzado de nuevo: como las arañas cuando les rompen la tela. Puede que en esta ocasión no haya otra oportunidad.