Afirmar que la gente se va por dinero de sus compañías viola profundamente la arraigada creencia de que los seres humanos somos una especie fundamentalmente cooperativa. La respuesta es mucho más simple.
En estos últimos dos años he estado colaborando con mi buen amigo Roberto Rodríguez en un proyecto de People Analytics que tiene como objetivo analizar, comprender y actuar sobre las motivaciones del talento. Un mundo vibrante y lleno de incertidumbre en donde no existen ni van a existir verdades unívocas y mucho menos absolutas. Excepto una con la cual Roberto me sorprendió en una de nuestras últimas reflexiones diarias de equipo: la gente no se va por dinero.
No es una hipótesis nueva, pero si ingeniosa para explicar por qué incluso antes de la pandemia más de las tres cuartas partes de la fuerza laboral a nivel mundial estaba desenganchada y sin compromiso con su trabajo. También para explicar por qué después de la pandemia mucha gente se ha dado cuenta que odia su trabajo y para explicar por qué estamos actualmente en un escenario de Great Attrition.
¿Por cuáles razones se va la gente si no es por dinero? Muchas. Esta es la respuesta sencilla: mejores jefes, mejores ambientes laborales, más reto, más propósito, más estabilidad. Pero también es la respuesta compleja que lleva a callejones sin salidas.
Existen muchas compañías, en un extremo, que hacen y seguirán haciendo mucho dinero mientras tratan mal a la gente. Irónicamente, también existen muchas compañías, en el otro extremo, en donde se trata muy bien a la gente, pero no consiguen resultados de negocio. Tratar bien al talento humano de una organización parece ser, entonces, una mera decisión moral que poco tiene que ver con los resultados económicos. Pero este ya no es el siglo XX, y el escenario de juego está comenzando a cambiar. ¿Imaginas que Apple pueda seguir teniendo éxito si se va la mitad de sus ingenieros? ¿Qué pasaría si Tesla tiene una pérdida masiva de talento? ¿Qué sería de Google y Facebook sin sus empleados? El mundo digital no es el mundo industrial. El talento digital no es el talento industrial.
La gente no se va por dinero. Esta noción, que supone que las personas deben vender su trabajo a cambio de dinero para sobrevivir, viola profundamente la arraigada creencia de que los seres humanos somos una especie fundamentalmente cooperativa, en lugar de competitiva. Estar bien pagado es solo parte de la ecuación. El siglo XXI demanda más.
La clave quizá está en la escala de grises. En esas compañías que pueden hacer dinero mientras tratan bien al talento. Tener un negocio rentable está bien. Tener una empresa en donde se gestiona el talento está bien. Pero en el siglo XXI, tener una empresa rentable mientras se cuenta con talento motivado y bien tratado gestionándola, es simplemente imbatible.
Seguir atrapado en el siglo XX y pensar que tratar bien a la gente es una mera decisión moral e irrelevante, es respetable. Pero también tiene un precio que pagar: la gente no se va por dinero, comentaba Roberto en nuestra reflexión diaria de equipo. La gente se queda en las compañías por dinero. Agregó.
Y este aprendizaje puede que plantee a las compañías un dilema importante: ¿están dispuestas a ser rehenes de su propio talento?
Se parte de la solución. Acompáñame a reinventar el presente aquí.
Un agradecimiento especial a mis compañeros de People Analytics: Héctor Oblanca, James Doherty, Roberto Corona y Roberto Rodríguez por las magníficas reflexiones que hacemos todos los días y que enriquecen nuestra vida profesional y personal.